Lord, please forgive my sins.

by David B. Smith

And do it quick, because I’m heading straight for hell until you do.

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I would like to open up about a spiritual impulse that came into my soul many years ago regarding the miracle of God’s forgiveness. So often in our prayers, both private and corporate, we ask God to forgive us for our sins and shortcomings, and of course, that’s directly from 1 John 1:9. “Lord, please forgive me.” “Yes, my child. I do. You are forgiven.”

But here is what developed into a dilemma for me as a child and even as a young adult. I became convinced that each time I sinned, I entered into an unforgiven state—even a “lost” state—until I had the opportunity to say that quick prayer of supplication. Every slip-up, every moment of temper, had me feeling the chill of heaven’s abandonment until I could repent and get back into God’s good graces. One dilemma was that I was such a frequent offender that the “I’m sorry” prayers became increasingly rote and despairing.

I think I was attending Pacific Union College before I encountered The Security of Salvation, a wonderful little book by the late Richard Nies. He suggested, with a host of biblical evidence, that when even a fragile believer enters into a saving Calvary relationship with Jesus Christ, that person is then in an abiding and constant state of forgiveness. He or she is forgiven before even the moment of asking. There is no on-again, off-again fragility to the grace relationship. 

This doesn’t negate the importance of coming to God on our knees with tears of repentance. We do need to be mindful of our sins and their toxicity; we need to be aware that we are not fully respecting the sanctity of the relationship. But it is hurtful, Nies suggested, to think that God is up in heaven, waiting, delaying, withholding the blessing and relief of forgiveness until we have opportunity to come to Him.

To illustrate: I still remember as a kid way back in our Thailand missionary days, lying in bed and feeling some childish guilt over a little naughty thing. Do I go tell Mom and Dad? Do I confess this? Well, I can’t sleep until I do! Plus, am I kind of “lost” until I make a confession? So I would trundle over to the master bedroom, wake them up, blurt out the little whatever, and Mom would say, “Oh, honey, of course we forgive you. Go back to sleep.” But the reality, of course, is that I was always forgiven and always still her son. That was never once in jeopardy. It was an error to think I was in outer darkness until I clumped up the stairs to their throne of mercy.

What if something happens before you get the chance to repent? Would an arbitrary God consign an unlucky Christian to lostness just due to unlucky timing? No.

This wonderful perspective, of course, entirely eliminates the fearsome idea of “What if you sin and then are hit by a bus?” What if something happens before you get the chance to repent? Would an arbitrary God consign an unlucky Christian to lostness just due to unlucky timing? No.

So I try to imagine expressing a request for forgiveness under the generous perspective Dr. Nies opened up. Something like this, I guess: “Lord, you know how each of us has fallen. We’re fragile and we’re weak, and at such times what a comfort it is to know you still love us and that we are always and forever your children. Thank you for the gift of your Son Jesus, which lets us abide in the ocean of your forgiveness and grace. We know we’re forgiven even before we ask—but we still do ask because we want to have repentant hearts. We want to grow into your mature children, your ever-more-faithful ambassadors. Make us sensitive to sin and appreciative of holiness.”

But how wonderful to know that the light bulb of salvation always burns brightly with Calvary love. It never flickers or goes out.

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David B. Smith writes from Highland, California.

 

 

Señor, por favor, perdona mis pecados.

Y hazlo pronto, porque voy directamente al infierno si no lo haces.

Me gustaría confesar acerca de un impulso espiritual que sobrevino a mi alma hace muchos años con respecto al milagro del perdón de Dios. Muy a menudo en nuestras oraciones, tanto privadas como corporativas, le pedimos a Dios que nos perdone por nuestros pecados y defectos y, por supuesto, eso viene directamente de 1 Juan 1:9. «Señor, por favor perdóname». «Sí, hijo mío. Sí. Estás perdonado».

Pero eso es lo que se convirtió en un dilema para mí cuando era niño e incluso como adulto joven. Me convencí de que cada vez que pecaba, entraba en una condición de no perdonado —incluso en una condición de «perdido»— hasta que tuve la oportunidad de decir esa rápida oración de súplica. Cada desliz, cada momento de mal genio, me hacía sentir el frío del abandono del cielo hasta que podía arrepentirme y volver a sentirme de nuevo bajo la gracia de Dios. Un dilema era que yo era un ofensor tan frecuente que las oraciones de «lo siento» se volvían cada vez más rutinarias y desesperadas.

Creo que estaba asistiendo a Pacific Union College donde encontré The Security of Salvation (La seguridad de la salvación), un maravilloso librito del difunto Richard Nies. Sugería, con una gran cantidad de evidencia bíblica, que incluso cuando un frágil creyente entra en la relación salvadora del Calvario con Jesucristo, esa persona está entonces en un estado permanente y constante de perdón. Él o ella es perdonado incluso antes del momento de pedir perdón. No hay una fragilidad intermitente en la relación de la gracia. 

Eso no niega la importancia de venir a Dios de rodillas con lágrimas de arrepentimiento. Necesitamos ser conscientes de nuestros pecados y su toxicidad; tenemos que ser conscientes de que no estamos respetando plenamente la santidad de esa relación. Pero es doloroso, sugirió Nies, pensar que Dios está en el cielo, esperando, retrasando, reteniendo la bendición y el alivio del perdón hasta que tengamos la oportunidad de ir a él.

Para ilustrar: todavía recuerdo cuando era niño en nuestros días como misioneros en Tailandia, acostado en la cama y sintiendo algo de culpa infantil por alguna pequeña travesura. ¿Debería decirle a mamá y papá? ¿Debería confesarlo? Pues bien, ¡no podía dormir hasta que lo hacía! Además, ¿estaba un poco «perdido» hasta que lo confesase? Así que me acercaba a su dormitorio, los despertaba, les confesaba lo que había hecho, y mamá me decía: «Oh, cariño, por supuesto que te perdonamos. Vete a dormir». Pero la realidad, por supuesto, es que siempre fui perdonado y siempre seguí siendo su hijo. De eso nunca hubo duda alguna. Era un error pensar que estaba en la oscuridad hasta que subía las escaleras hasta el trono de su misericordia.

¿Qué pasa si algo sucede antes de que tengas la oportunidad de arrepentirte? ¿Consignaría un Dios arbitrario a un cristiano desafortunado a la perdición solo debido a un momento desafortunado? Claro que no.

Esa maravillosa perspectiva, por supuesto, elimina por completo la temible idea de «¿qué pasa si pecas y después eres atropellado por un autobús?» ¿Qué pasa si algo sucede antes de que tengas la oportunidad de arrepentirte? ¿Consignaría un Dios arbitrario a un cristiano desafortunado a la perdición solo debido a un momento desafortunado? Claro que no.

Así que trato de imaginar pidiendo perdón bajo la generosa perspectiva que el Dr. Nies me presentó. Algo como esto, supongo: «Señor, tú sabes cómo ha caído cada uno de nosotros. Somos frágiles y débiles, y en esos momentos qué consuelo es saber que todavía nos amas y que siempre somos tus hijos. Gracias por el don de tu Hijo Jesús, que nos permite morar en el océano de tu perdón y de tu gracia. Sabemos que somos perdonados incluso antes de pedirlo, pero aun así lo hacemos porque queremos tener corazones arrepentidos. Queremos convertirnos en tus hijos maduros, tus embajadores cada vez más fieles. Haznos sensibles al pecado y apreciativos de la santidad».

Pero qué maravilloso saber que la bombilla de la salvación siempre arde intensamente con el amor del Calvario. Nunca titila ni se apaga.

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David B. Smith escribe desde Highland, California.